12 Ene Lo que aprendo de mis hijos
Dicen que los hijos son pequeños maestros. Y así es. Realmente creo que todo en esta vida aparece en nuestro camino para enseñarnos algo. Hemos de tener una actitud receptiva y la disposición de empaparnos del aprendizaje que nos regalan. Normalmente nos aferramos y apegamos con fuerza a nuestras creencias, y esta es la vía más sencilla para no crecer: SI CREES QUE YA LO SABES TODO ES CUANDO MÁS ERRORES COMETES.
Mis dos hijos son fuente diaria de aprendizaje. Del mayor de tres años he aprendido que la relación con la comida es sana y natural en si misma, que somos los adultos quienes “les liamos” y empezamos a mezclarles comida con emoción, a través de chanchullos y chantajes emocionales. Les llenamos la boca con comida cuando nos piden un poco de amor o atención. Normal que luego de adultos corramos a asaltar la nevera cuando realmente necesitamos un abrazo.
Él hace cosas que la mayoría de los adultos no hacemos: come cuando tiene hambre. Sólo coge una porción de comida cuando ya ha masticado y tragado la anterior. No come cuando está triste o aburrido.
Si les atosigamos con prisas o les obligamos a comer todo lo que hay en su plato, desconectamos a los niños de su sistema genuino de saciedad.
Es sencillo: como cuando tengo hambre, y paro cuando estoy satisfecho. Ni sigue comiendo porque esté muy rico, tampoco se lo acaba porque le da pena que sobre y acabe en el cubo de la basura o porque lo han hecho con mucho cariño para él.
Los niños aprenden a desenvolverse en el mundo a base de un mecanismo muy simple pero a la vez tremendamente eficaz: REPETIR. Repiten las cosas una y otra vez, hasta que la dominan. Así se van haciendo expertos.
En este caso me fijo en mi hija de siete meses. Por ejemplo, cuando tenía cinco meses consiguió darse la vuelta, le llevó un mes entero lograrlo. Al principio la dejábamos en el suelo boca arriba y no hacía nada. Poco a poco empezó a hacer movimientos y trataba de girarse. A veces se frustraba por no lograrlo, pero ella seguía intentándolo. Otras veces se cansaba, pero siempre seguía. Hasta que un día se dió la vuelta. Pero entonces se le quedaba un bracito atrapado bajo su tripa. No pasaba nada, se iba acercando a su objetivo. Disfrutaba cada intento. Insistía hasta que un día, de la manera más fluida, consiguió hacer el movimiento perfecto. Ella nunca se planteó:¡abandono, no seré capaz de lograrlo!. Y así con todo lo que va consiguiendo. Me fascina esta perseverancia que tienen ambos.
Cada movimiento aislado o cambio, por insignificante que parezca, es necesario para lograr algo más después. Antes de caminar un bebé tiene que gatear, antes de gatear tiene que voltearse. Es como una cadena donde cada eslabón cuenta.
Mis hijos, al igual que los demás niños, no tienen prisa, no quieren saltarse etapas. Sólo disfrutan del momento presente. Disfrutan con lo que han logrado hoy y cuando están listos para avanzar, pasan al siguiente nivel.
Los adultos en cambio tenemos prisa. Queremos conseguirlo todo a la primera, sin practicar. Saltarnos etapas. No escuchamos a nuestro cuerpo, lo ignoramos. Mezclamos sentimientos con la comida a veces de manera dañina e inconsciente. Pero sobre todo: NO HACEMOS LAS COSAS POR EL SIMPLE PLACER QUE APORTA. SIEMPRE HAY ALGO MÁS, ES UNA FORMA DE LOGRAR ALGO.
Si voy al gimnasio es para perder peso. No disfrutamos en si del ejercicio. El disfrute lo alcanzaremos si me permite bajar unos gramos. Si me como una manzana pienso en aquello a lo que estoy renunciando (llámalo bollo/bolsa de patatas fritas/refresco…). Y si no funciona, lo abandono sin más miramientos.
Los niños hacen algo mientras les gusta y les resulta divertido. Te invito a recordar cuando eras niña y actuabas así. Hagamos de cuidarnos algo bonito en si mismo. Los niños disfrutan de su cuerpo, con sus movimientos, explorando sus posibilidades, mirándose en el espejo se deleitan y son felices. Haz que cada día cuente. Ámate por el simple placer de hacerlo. I love me.
No hay comentarios